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lunes, 3 de septiembre de 2012

Capítulo 8.



El humo del cigarro de Natalia ascendía hacia el cielo nocturno. Lo expulsaba delicadamente por la boca mientras escuchaba a Sara por el teléfono. La única luz que le permitía ver, eran las de su edificio de pisos. Estaba sentada en la escalerilla de incendios de su edificio, mientras fumaba. No lo hacía a menudo, pero de vez en cuando, le cogía una cajetilla a su padre. Esa noche aún no había subido a su casa. Nada más aparcar el coche, llamó a Sara para preguntarla por su cita y se sentó a escucharla.
-Pues espero que te haya ido bien, porque he tenido que trabajar el doble por ti.- Dijo después de dar otra calada.
-Ha sido genial.-respondió Sara, risueña.- ha sido super romántico.
-¿Donde te ha llevado?- preguntó Natalia, mientras miraba su coche. Por fin estaba arreglado. Una semana más tarde de que consiguiera el dinero, lo llevó al taller y se lo arreglaron. Ella no había tenido ningún contacto de nuevo con Raúl, pero Sara, era otra historia. Esta era la segunda vez que quedaba con Pablo.
-Pues hemos ido al McDonal's y luego...
Natalia soltó una carcajada.
-¿Y eso dices que fue romántico? Sara, por favor...- dijo sin dejar de reírse.
-Cállate y termina de escucharme, Nat. Yo también pensé que iba a ser un desastre cuando me aparecimos en la puerta del McDonal's, pero me dijo que él no era Raúl yno tenía más que 15 euros.
-Sara, siento decirte que por más que sigas contándome esto, no me parece nada romántico.
-Espera, porque luego me llevó a su casa. Y cuando entré me dio un ramo de rosas precioso, y me emocioné así que...
-Sara, no te acostaste con él, ¿no?
-Bueno, él lo intentó, pero entendió cuando le dijo que no. Pero estuvimos en su sofá, y te uro que ese momento fue romántico, pero yo no quise llegar a más. Hemos quedado el sábado.
-Me alegro. -dijo tirando el cigarro al suelo y pisándolo para apagarlo. -Pero son las dos de la mañana. Me voy a dormir.
-Vale cielo, nos vemos mañana. Buenas noches.
Después de despedirse. Subió hasta su ventana por la escalerilla y entró en casa.
-Papi, ya estoy en casa.- Dijo, como todos los días, sin recibir respuestas. Entró en el salón y se encontró a su padre como todos los días. Pero algo era distinto. Algo había cambiado en el ambiente del salón.
-¿Papá?- Natalia soltó el bolso, que cayó al suelo para acercarse a su padre. Su padre, estaba más quieto de lo normal. No se movió, no se despertó, cuando ella le dio unos golpecitos en la cara.- ¡PAPÁ!- Gritó ella, con la visto borrosa por las lágrimas que se acumulaban en sus ojos.

El olor a desinfectante, productos de limpieza y productos químicos se colaba por su nariz. Hacía mucho que no olía ese olor a hospital. Es más, hacía mucho que no estaba en un hospital. Ya llevaba tres horas sentada en esa silla. Estaba cansada. Solo quería saber donde estaba su padre. desde que había venido con él en ambulancia y se le habían levado en una camilla, no había sabido nada de él. El hospital estaba vacío. Sólo se había cruzado con un par de enfermeras, las cuales, para desgracia suya, no le habían dado noticias.
A Natalia no le quedaban más uñas para morderse. La espera la estaba matando. ¿Sabían donde estaba ella? ¿Habrían salido los médicos a buscarla para darla noticias de su padre y no la habían encontrado? 
Entonces, en esa sala de espera, se dio cuenta de lo sola que estaba. Ni abuelos, ni madre, ni cualquier otro familiar estaba con ella, para apoyarla, para esperar juntos noticias. Una lágrima resbaló por su mejilla cuando se acordó de la última vez que había estado en un hospital. Cristian. La última vez que había estado en un hospital fue cuando el hermano de Cristian tuvo un accidente de moto. Ella había estado con él todo el rato, hasta que les dieron permiso para entrar a la habitación donde se encontraba. Pero no estaba solo ella. Estaban los padres de Cristian, sus abuelos, incluso algún amigo suyo. ¿Habría estado él con ella en ese momento, si siguieran juntos?
Natalia salió de su ensoñación, cuando una enfermera se acercó a ella.
-Buenas noches, ¿eres la hija de Fernando Gómez?
-Sí, soy yo, ¿está bien mi padre?- preguntó, con los nervios a flor de piel.
-Ahora mismo tu padre está en el quirófano. Ha tenido un paro cardíaco, y hay que implantarle un marcapasos  Sabes lo que es, ¿cierto?
-Sí, -respondió Natalia- pero, ¿cuándo podré verle?
-Cielo, es mejor que te vayas a casa. No vas a poder verle hasta mañana. Y va a tardar en despertar debido a la anestesia, pero está bien. Has actuado muy bien, muy rápido, y a tiempo, por eso le hemos podido salvar. Ahora es mejor que te vuelvas a casa.
Natalia quería responder que ella se quería quedar hasta que pudiera verle, pero entonces, entendió que no podía hacer nada, sólo quedarse esperando en esa maldita silla el día entero.
-De acuerdo.- Se dio la vuelta sin despedirse de la enfermera, y se limpió las lágrimas de su rostro. Fue siguiendo las señales de salida, mientras vagaba por los pasillos del hospital, buscando la salida. No sabía como iba a volver a casa. Quizá hubiera un autobús cerca. Había venido en la ambulancia y no tenía aquí su coche. Vale que Fernando no era un padre modelo, pero era su padre, y había sido un buen padre. Los recuerdos de su séptimo cumpleaños vinieron a su mente. Ella, mellada, sin uno de los paletos delanteros, vestida de princesa delante de una tarta, y su padre cantando el cumpleaños feliz, mientras su madre la sacaba fotos. Iba distraída, y no vio por donde andaba hasta que se chocó con alguien.
-¿Raúl?- preguntó cuando se recuperó del choque.
-¿Natalia?- preguntó él, también extrañado.
-¿Qué haces aquí?
-Nada, pasear.- dijo él, frío.
-¿Paseas por un hospital?- preguntó ella extrañada.
-Sí.
Tras un incómodo silencio, Natalia se lo preguntó.
-¿Me haces un favor?

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Bueno, como Virialt pidió, este capítulo lo he hecho más largo, por ella;) Gracias por leerme y un besazo enorme. <3

miércoles, 8 de agosto de 2012

Capítulo 7.


Día largo para algunos. Interminable para otros. Y por las noches, cuando el sol está escondido, es cuando más lentas pasan las horas. Volvió al bar. Si algo no era, era un incumplidor de promesas. La fachada del bar, tan horrible como el día anterior. De ladrillos, vieja. Y en ves de poner "BAR", el cartel luminoso decía "AR", puesto que la B estaba fundida. En la puerta, aparcado en el camino de gravilla, se encontraba el coche sin ventanilla. Se rió al verlo. La verdad, la última vez no hubiese entrado sin no lo hubiese visto en la puerta. El día anterior pasaba por casualidad, y cuando paró en la puerta de aquel bar a fumar, decidió entrar al ver el coche de aquella chica. Sólo para hacerla de rabiar. Pero sabía que había hecho mal rompiéndole la ventanilla a la pobre chica. Saliendo del coche entró en el local. El olor a humo era insoportable hasta para un fumador como él. ¿No ventilaban aquel lugar? La buscó sin moverse la de puerta. No pensaba quedarse mucho tiempo. La encontró en una esquina, limpiando una mesa, de espaldas a él. Esa noche llevaba el pelo en una trenza. No habría sabido que era ella si no hubiese sido por el color de pelo. Llevaba lo del día anterior: una camiseta blanca y unos pantalones cortos negros. Ella se dio la vuelta inesperadamente, pillándole cuando la miraba el culo.
-Has venido.-dijo ella mientras se acercaba a él.
-Te dije que te pagaría ¿no?- respondió con una sonrisa. Ella se guardó el paño en el bolsillo, a la vez que él sacaba el sobre y se lo entregaba.
Ella cogió el sobre despacio, como si no confiase en su contenido. No quitó los ojos de los suyos mientras lo abría. Cuando miró el interior, sus ojos verdes inseguros se transformaron en curiosos.
-Si este dinero es robado, no lo quiero.- eso no pudo provocar otra cosa que la risa de Raúl. Lo que había hecho para conseguir el dinero, ¿estaba considerado robo? No, lo dudaba.  Lo que era de su padre, era suyo.
-Lo tomas o lo dejas.
Ella arqueó una ceja, y tras dudar un momento respondió.
-Lo tomo, pero si viene la policía, te echaré toda la culpa a ti.
-¿A quién se la echarás?- replicó.- Te recuerdo que aún no sabes mi nombre.
-Eso lo dudo, Señor Fernández.
¿Qué? ¿Cómo sabía su apellido? Entonces ella giró el sobre, y señaló la impresión que tenía grabada: R. Fernández. ¿En serio?, de todos los sobres que tenía, ¿había cogido los que tenían su nombre impreso? No volvería a hacer caso de las gilipolleces de su padre, como la tontería del sobre impreso o las camisas bordadas con sus iniciales. Auqnue esas últimas ya las había quemado hace tiempo.
-Bueno, está bien, -dijo él, levantando las manos en señal de rendición.- Me has pillado.
Natalia rió.
-Bueno, pasas o qué. Estás obstruyendo la puerta.
-Me voy.
-Quédate, te invito a algo, por darte las gracias y tal.- Él no se podía creer que fuese amable. Con la mala hostia que parecía tener.
-Encontraremos otra manera de que me des las gracias.
Eso cambió su cara.
-Eres asqueroso.
Y riendo, Raúl se montó en el coche y arrancó.

jueves, 2 de agosto de 2012

Capítulo 6.



Eran las ocho menos cuarto, cuando la vio llegar. Cristian fumaba un cigarro, ya muy pequeño y consumido. Estaba apoyado en la pared, cerca de la puerta principal. Aunque fuera pronto, la universidad era todo caos a esas horas, antes de que empezarán las clases. Y a pesar de todo ese caos, la vio. Aparcó el coche y salió de él. Se cargó la vieja mochila al hombro y buscó con la mirada a Sara, o cualquier otra amiga. Al no ver a nadie, decidió encaminarse a clase. Cristian no dejaba de mirarla. Andando con paso seguro, como a él siempre le había gustado, Natalia se hacía paso entre los estudiantes. Sus ojos verdes, seguían buscando a alguien. El pelo, joder, le encantaba el pelo de Natalia. Y no pudo evitar acordarse de cuando se lo tiñó, hace un año y medio.
Natalia salió de la peluquería. Él, que estaba esperándola en la calle, se apresuró en tirar el cigarro al suelo y acercarse a ella y agarrarla de la cintura.
-¿Qué tal?- preguntó ella, peinándose con los dedos.
-¿Necesitas qué te responda? -había dicho él en broma. El siempre la veía hermosa. -Estás preciosa.- 
-No sé,- había respondido ella.- Quizá el caoba no sea mi color.-
-¿Estás de coña?- dijo él, mirándola bien. Ese, definitivamente era su color. Hacía contraste con sus bonitos ojos verdes, haciéndolos más profundos, si eso era posible. Alargó una mano y cogió un mechón de su pelo, recién teñido. - Eres la chica a la que mejor le queda este color, ¿me escuchas?
Ella sonrió, con esa sonrisa suya tan bonita, y se acercó a darle un beso en los labios. 
Desde entonces, Natalia no había cambiado el color de su pelo. Quizás, en aquel entonces, ella sabía lo guapa que estaba con ese color, y solo quería oírle a él decírselo. Cuando estaba lo suficiente cerca de la puerta, Cristian apagó su colilla y se acercó con ella. 
-Buenos días.- Sonrió él. Ella le respondió a la sonrisa.
-Hola.-
Respiró profundamente antes de hablar.
-Nat, he querido hablar contigo desde anteayer, pero...- ella le cortó.
-Cristian... -empezó.- Creo que esta no es la primera vez que te lo digo. Significas mucho para mí, y lo sabes. Yo te quiero, pero como amigo, y no pasa de ahí. Lo que tuvimos fue precioso, no lo estropees, insistiendo una y otra vez. El amor no es para siempre, y lo siento, pero lo que yo siento ahora mismo por tí, no es amor, es cariño. 
Cada palabra fue como un puñetazo, un puñetazo en el corazón.
-Nat, solo quiero una oportunidad.- suplicó.
-Ya la tuviste, y la gastaste. 
Y él sabe que tuvo una segunda oportunidad. Sabe que estuvo mal lo que hizo. Nunca debió de acercarse con esa chica, pero él estaba borracho. Puede prometer que desde ese día no había bebido una gota. Solo quería a Nat de vuelta. Por que a quién él quería, era a ella. 
Con una sonrisa amarga ella se dio la vuelta. Pero el no quería perderla. Tiró de su brazo para hacerla girar.
-¿Qué?- preguntó ella. Pero no le dio tiempo de decir nada más. La agarró de las mejillas, como tantas veces lo había hecho y se la acercó a los labios. La besó. Pero ella forcejeaba. Se quería apartar. Apenas unos instantes después, él la soltó.
-No vuelvas a hacer eso en tu puta vida.- dijo ella, amenazante. Y se fue. Se quedó en medio del pasillo, sin saber que coño hacer, a donde coño ir. Él solo quería Natalia, pero ella, no le iba a perdonar lo que pasó, apenas un año atrás. 
Natalia miró su reloj. Eran las once, y él prometió estar aquí para recogerla a las 10, y poder ir a la fiesta en casa de Julia. Una hora tarde. Ella había tenido que quedarse hasta las nueve y media trabajando, pero su jefe la había dejado el resto de la noche libre, tras mucho suplicar. Cristian ya estaría en la fiesta, y luego a las 10 vendría a por ella. Pero no había venido. Decidió ir sola, en su coche. Salió por la ventana de incendios, como llevaba haciendo toda la vida, cogió su coche, y arrancó. Cristian y ella llevaban una mala racha. Habían discutido mucho últimamente, incluso habían cortado, pero decidieron darse una segunda oportunidad, porque ella le quería demasiado como para estar sin él. Diez minutos más tarde, ella llegó a la fiesta. Saludó a todo el mundo que se acercó a ella. Cogió una bebida. 
-Hola, Nat.- dijo Gonzalo, el mejor amigo de Cristian. 
-Hola.- saludó de vuelta ella. -No habrás visto por casualidad a Cristian, ¿no?
Pero si que le había visto, le había visto subir hace unos minutos a la planta de arriba. Natalia subió a buscarle. Quería estar con él. Abrió la primera puerta, pero no vio a nadie. Tampoco en la segunda ni en la tercera puerta. Sabía que Julia había prohibido entrar a su habitación, pero también probó con esa puerta. La abrió, y vio a una pareja, tumbada encima de la cama. Ella estaba tan solo en bragas, y él sin camiseta. 
-Lo siento.- susurró ella. Pero al ir a cerrar la puerta, vio en el suelo algo que llamó su atención. La camiseta que había regalado a Cristian por su cumpleaños hace dos meses. 
-¿Cristian?- preguntó, mientras su vaso caía al suelo. 

martes, 31 de julio de 2012

Capítulo 5.



-¿Así que se trata del dinero?
-¿Eh?- preguntó Natalia, sin entender nada.
-Tú me quieres denunciar, ¿Por la indemnización?- preguntó él, también confuso.
-¡Pues claro!- chilló Natalia exasperada.- ¿Por qué va a ser si no?
-Pues... -dijo inseguro Raúl.- Por joderme.
Natalia no puedo hacer otra cosa que reír.
-Eso aparte. Lo primero es mi coche, luego puede encontrar otras maneras para molestarte.
-Si solo se trata del dinero, yo te lo pago, a cambio de que no me denuncies. Una denuncia es lo que menos me conviene ahora.
-¿Porqué?- preguntó Natalia divertida.- ¿Acaso tienes problemas con la autoridad?- Pero él se puso tensó, y no pareció tomárselo tan a broma como se lo estaba tomando Natalia.
-Bueno, -interrumpió Pablo.- a mí me encantaría quedarme aquí toda la noche, pero tengo cosas que hacer. Paga de una puta vez, cabrón.
Raúl abrió su cartera, y Natalia se fijó en todo el dinero que había dentro. Se preguntó de donde coño lo habría sacado. En su vida había visto tanto dinero junto. Sacó un billete de veinte y se lo entregó.
-Quédate con el cambio- Natalia no se lo podía creer. Eso sólo ocurría en las películas. ¿Como iba a pagar una cerveza de 3 euros con un billete de veinte? Raúl rió y la guiñó un ojo. Natalia seguía sorprendida.- Mañana te traigo al dinero aquí mismo.
Y así los dos amigos salieron por la puerta.

Noche, cerrada, oscura. No hay luna. Una chica viaja hacia el sur de la ciudad en un coche sin ventana trasera. Sale del centro, hacia el extrarradio. En 10 minutos, llega a su barrio. Edificios viejos llenan la zona. Las pintadas y graffitis, cubren casi todas las paredes de la zona. Cuando se detiene en un semáforo en rojo, mira por la ventana. Mendigos durmiendo en los escaparates de las tiendas, borrachos tambaleándose. Arranca en cuanto el semáforo se pone en verde. Por fin llega a su edificio. Lo bordea y aparca en coche en la parte trasera del edificio. Por allí no suele pasar nadie,por lo su coche está seguro allí. Todavía están por el suelo los cristales de su ventana. Esa que rompió un maleducado con un pedrusco, sin razón. Los esquiva y se dirige a la escalerilla de incendios. Sube por ella, hasta llegar a su ventana, la abre y se mete, entrando en su habitación.
-Papá, ya estoy en casa.- Anuncia. Sale de su cuarto y llega por el estrecho pasillo al pequeño salón. En el sofá, está su padre, dormido, con la televisión encendida y una botella de whisky barato medio vacía sobre la mesa.
-Joder,- maldice- otra vez no.- Coge el mando y apaga la tele. Su padre, el pobre hombre. No pudo superar que su madre los abandonara. Natalia no le quiere mover. Le podría despertar. Coge la botella, apaga las luces del salón y vuelve a su habitación. Una vez dentro, se bebe el resto de la botella. Sabe que eso la ayudará a dormirse.

lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo 4.

-Sara, tienes que ir ahí y sentarte con ellos dos- dijo Natalia, señalando a los dos chicos.
-Joder, Nat, ¿Porqué yo?- preguntó Sara.
-Porque Pablo ha preguntado por tí.
-¿Enserio ?-Preguntó, claramente más interesada.
-Pues claro, y no te levantes hasta averiguar el nombre completo de Raúl.- Natalia la empujó hacia la mesa. Observó como Sara se presentaba y se sentaba al lado de Pablo. Sirvió un plato con aceitunas y se las llevó.
-¿Todo bien?-preguntó.
-Perfecto- respondió Raúl, mirándola con una sonrisa en los labios. "No te reirás tanto cuando te llegue la denuncia y me tengas que pagar" pensó ella, respondiéndole a la sonrisa falsamente. Volvió a la barra y se quedó fregando vasos. Con la poca gente que había hoy, no tendría nada que hacer en un buen rato.
Quince minutos más tarde, había servido dos cervezas y cobrado la cuenta a la pareja. No lo soportaba más. Cada dos minutos, se oía la risa de Sara. Natalia levantaba la mirada del fregadero para verla a ella riendo y ligando con Pablo. Raúl también se reía. Deseaba que Sara levantara el culo de la silla y volviera con ella. Pero no lo hacía. Pensó que ya era hora de sacarla de ahí. Se acercó a la mesa.
-¿Os pongo algo más?- peguntó.
-Nada, gracias. -dijo Pablo, pero en vez de mirarla a ella, no quitaba los ojos de Sara. Y Sara tampoco la miraba, así que no podía hacerle señas para que fuera con ella. Optó por las indirectas.
-Sara,-dijo lentamente para que ella lo pillara- no encuentro la lejía para fregar, ¿Me ayudas a encontrala?
-Está en la despensa- respondió ella, sin levantarse. Perfecto, no lo había cogido.
-¿Me acompañas?- y finalmente, lo entendió, se levantó de la silla y la acompañó lejos de la mesa.
-¿Y?-preguntó Natalia, impaciente.
-Nada.-respondió Sara -me dijo que sabía que tú me habías mandado sentarme con ellos para que le sacara su nombre.
-¿Y no te lo ha dicho?- preguntó, decepcionada.
-No.
-¡Camarera!- gritó Pablo. -La cuenta.
-Ya se la cobro yo, Sara. Se acercó a la mesa, con un plan en la cabeza. -¿Quién va a pagar?- Pablo señaló a Raúl, y Raúl levantó la mano, mientras sacaba la cartera de su bolsillo trasero. -Vale, pues necesito el Carnet de Identidad para cobrar.
Raúl rió.
-Deja de buscar maneras tontas para saber mi nombre.
-Y tú deja de ser tan idiota- respondió ella, sin paciencia ya.- No tengo dinero para pagar la ventanilla, tampoco tengo seguro en el coche, así que o me pagas o vamos a tener un problema.

sábado, 28 de julio de 2012

Capítulo 3



Ya llevaba más de un año trabajando en aquel local, y le seguía asqueando el sitio. Olor a cerveza por todas las esquinas, y tanto humo que había una constante niebla en el lugar. Cuando salía de trabajar, el pelo y la ropa la olían a tabaco. La única luz del local provenía de lámparas dispuestas en el techo, porque en aquel antro no había ni ventanas. Las mesas, las sillas y hasta la barra del bar, eran de madera. El suelo combinaba baldosas negras y blancas. Casi te veías en los años 60.
Natalia andaba limpiando una mesa con una bayeta. Ella se encargaba de atender las mesas, y por su parte, su amiga Sara, de la barra. No veía la hora de irse. Cada cinco minutos levantaba la vista al reloj de pared. Aquella noche, el bar no estaba muy ocupado, los tres o cuatro clientes de todas las noches, y una pareja que no habían visto nunca por el local. La campanilla de la puerta sonó, indicando que había entrado alguien. Se metió el paño de limpieza en el bolsillo y fue a atender a la mesa que se acababa de ocupar.
-Buenas noches. ¿Qué puedo servirle?- preguntó distraidamente mientras sacaba se sacaba un boli del escote, y la libreta del cinturón.
-Hola, Natalia- Levantó la vista para encontrarse con esos ojos castaños, que la miraban divertidos.
-Tú...-susurró ella. ¿Porqué ahora este tío estaba en todas partes?-¿Qué coño haces aquí? 
Él se rió.
-No me trates así, soy el cliente.
-Vale, pues dime qué te pongo.
-Una cerveza. 
Natalia se alejó, hacia la barra donde estaba Sara.
-Sara, está ahí.
-¿Quién?
-Pues el del coche.
-¿Donde?-preguntó su amiga mirando por encima del hombro de Natalia.-Ya le veo. ¿Qué quiere?
-Una cerveza.-Respondió Natalia. Sara cogió una jarra y la llenó con cerveza del grifo.
-¿Qué vas a hacer?
-Pues si no estuviese en horario de trabajo, arrancarle la cabeza. O mejor, torturarle hasta que me pague. 
-¡Raúl, tío!- Se oyó por detrás de Natalia. Las dos chicas observaron como Pablo, el chico que las había saludado esa mañana, se sentaba al lado de su amigo.
"Con que Raúl, ¿eh?"pensó Natalia.
-Nat, llévale la cerveza.-La distrajo Sara. Natalia se acercó a esa mesa con la jarra en la mano
-Aquí tienes.
-¡Hombre!-dijo Pablo- Si está aquí la amiguita de Raúl. 
-Cállate, tío.-protestó Raúl mientras agarraba la jarra de cerveza y bebía un sorbo- Ahora sabe mi nombre.
-Bueno, pero sin el apellido no te puede denunciar-río.-¿Donde está tu amiga? La rubia.
-¿Quién? ¿Sara?-preguntó incrédula
-No sé- dijo Pablo- Con la que estabas esta mañana. Y tráenos algo de comer. 
-Sara está en la barra, y no va a venir porque...- "Un momento", pensó. -Sara viene ahora mismo.-y con una sonrisa volvió con su amiga.

viernes, 27 de julio de 2012

Capítulo 2


Se giró para ver a una chica, bajita, no pasaría del 1,60. Pelo rojo, caoba creía que se llamaba ese color; teñido, claro, nadie tiene ese color natural. Se acercaba a su coche con paso rápido, y cuando vio la ventana rota, pegó un chillido.
-¿Qué coño has hecho?-gritaba -¿Estás loco?-
Se acercó a él y levantó la cabeza para mirarle a los ojos.
-¿Como te llamas?
Él no podía creerse que viniera con esa pregunta en ese momento
-¿Qué?- preguntó incrédulo
-¡Quiero saber como te llamas para ponerte tal denuncia que te arrepientas de haber nacido!- y según iba llegando al final de la frase levantaba más el tono de voz. Él pensó que era increíble como alguien tan pequeño podía gritar tanto. No podía hacer otra cosa que sonreír. Le hacía gracia como ella fruncía el ceño y le miraba como si en cualquier momento le fuera a arrancar la cabeza.
-¿Qué cojones está pasando?- preguntó un chico que salía del portal del edificio de casas. Se fijo como ella ponía los ojos en blanco y se giraba para chillarle.
-Cristian, no te importa, ¡lárgate ya a tu casa!
-¿Te ha roto el coche? ¿Pero de que vas, chaval?- preguntó el chico, acercándoseles.
-Cristian, que no te he pedido ayuda, ¡vete!
Y cuando ella se giraba para enfrentar de nuevo al tío que le había roto el coche, se encontró con él, metiéndose en su coche para largárse. Ella corrió a la ventana y la golpeó.
-¡Eh, tú! ¡SAL DE AHÍ!- pero él arrancó y la dejó atrás.-Joder, ¿qué hago yo ahora con mi coche?
-Nena, yo te puedo ayudar...-ella cortó a Cristian sin dejarle terminar.
-No, tu ya has hecho bastante por hoy, vete y déjame en paz.
-¿Me llamarás luego?
-No, lárgate.


Nuevo día, nueva mañana. Dos amigas en la ciudad, apoyadas en un edificio de oficinas, mientras miran un coche sin ventana, cubierto con un trozo de bolsa de basura.
-Y no voy ha tener ventana hasta que ahorre un poco, y con lo que me pagan en el bar, hasta dentro de un año no tendré suficiente.- dijo una de ellas mientras cogía un regaliz de la bolsa de chuches de la otra y le pegaba un mordisco.
-Bueno, Nat, por lo menos te aguanta con el plástico.- dijo la otra mientras mascaba chicle.
-¿Estás de coña? ¡Me podrían robar!
Sara se rió ante aquello.
-¿Qué te van a robar a ti?
-Pues la radio-contestó cruzándose de brazos.
-Pero si ya no roban radios-contestó su amiga entre risas-eso se lo robaban a mi madre. Por si no lo sabías, los coches de ahora vienen con radio incorporada.
-Cállate-contestó Natalia, también riéndose. Su coche era viejo, y la radio era de cintas, y de esas que se pueden sacar.
-Buenos días, señoritas-dijo un chico que pasaba por la calle.
-¡Tú!- gritó Natalia al reconocer al chico que acompañaba a que las saludó- Tú eres el de la ventana.
-El mismo.-contestó con una sonrisa en los labios. Natalia se acercó a él para partirle la cara, pero Sara se lo impidió agarrándola del brazo.
-Cabrón, voy a averiguar tu nombre y te vas a cagar. Te vas a ganar tal denuncia...
-Así no vas a conseguir nada-le interrumpió él. Natalia respiró dos veces antes de hablar.
-Está bien.-susurró- Buenos días, me llamo Natalia, ¿y tú?
-Yo Pablo.-dijo el amigo.
-Encantada- respondió Natalia-,pero quiero saber el nombre de tu amigo.
-¿No lo ibas a averiguar?-dijo con una sonrisa socarrona- Buena suerte. Hasta otra, Natalia.
Y los dos se alejaron andando, mientras Natalia se mordía la lengua por no ir detrás de él y darle una colleja.